Nº10. Ricardo Mella: “El Colectivismo” 1891


Nº10. Ricardo Mella: El Colectivismo 1891 

                Pasaron los tiempos en que la sensiblería socialista todo lo esperaba de la madre sociedad y todo a ella se lo exigía. Pasaron los tiempos en que la revolución era un simple sentimiento y en que la revolución era un simple sentimiento y en que se declamaba cómicamente contra el individualismo frente a frente del poder supremo del Estado o de la sociedad, su representada. Pasaron los tiempos en que el socialismo y la revolución no tenían más filosofía que la del corazón, ni más derecho ni más justicia que la del amor universal.
                Todos estos conceptos, todas estas ideas, no quedan entre nosotros más que como un resto de lo que fue para no volver a ser, como residuo que señala nuestro origen remoto.
                Hoy la Revolución tiene su filosofía racional, tiene su derecho, tiene su justicia. Ha entrado de lleno en el periodo de madurez y es inútil volver la vista atrás. El hombre ya no pide a la sociedad lo que no debe ni puede pedirle. La sociedad no es para él la madre cariñosa obligada por deber a satisfacer todas sus necesidades. Sabe que todo ha de esperarlo de su propia actividad y de la de aquellos que quieran asociársele. La libertad le basta dentro de la igualdad de condiciones, para poder prescindir de un ser que sólo su voluntad determina, la sociedad. Esta es su obra y es su obra necesaria para suplir su deficiencia individual. No es ya la madre de quien el hombre proviene: este concepto ha muerto al morir la idea del Estado, y en su lugar no queda más que el individuo libre para constituir sociedades libres también.
                El hombre tiene derecho a satisfacer todas sus necesidades, pero a satisfacerlas por sí mismo, por el acertado empleo de todas sus fuerzas y actitudes, por su trabajo, en fin. A sí mismo, pues, ha de pedir esta satisfacción, no a la sociedad o al Estado. Si no se basta a sí mismo, que se asocie, que busque el suplemento a su incapacidad dentro de los organismos libres de cooperación, de crédito, de cambio, de seguridad. Esto es todo. ¡La libertad, siempre la libertad!
                Si el individualismo ha arrojado al hombre a la rapiña y a la insolidaridad, el comunismo le empuja a la tutela, a la negación de sí propio y le convierte en un simple instrumento de la sociedad o del Estado, dos cosas idénticas con nombres distintos.
                ¡En nombre de la libertad rechazamos el comunismo! ¡En nombre de la solidaridad rechazamos el individualismo!Tal es nuestro punto de vista.
                La Libertad y la solidaridad bastan para resolver el problema. De aquí la escuela colectivista.
                Bien sabemos que el colectivismo no es en todas parte idéntico. No ignoramos que hay escuelas autoritarias que sustentan una idea económica semejante a la nuestra y aun que la bautizan con el mismo nombre. Pero esto importa poco. Ideas y más ideas son las que se necesitan, que los nombres son simple resultado de un convenio. Convenimos en llamarle colectivismo a nuestra solución de la propiedad porque ni es comunista ni es individualista. He ahí todo.
                Expliquemos nuestras ideas, y adelante.
                Es indudable que hay en el fondo del individualismo y del comunismo dos principios irrefutables. El hombre es dueño absoluto de su trabajo. La humanidad es soberana de cuantos medios de producción la naturaleza encierra. Dad a la humanidad lo que de la humanidad y al hombre lo que es del hombre y tendréis colectivismo.
                El hombre viene al mundo con facultades para producir y la naturaleza se anticipa a ofrecerle los medios de ejercer su actividad. Dejad al hombre libre para aplicar sus facultades y, en justicia, no tendréis más que hacer. Cuanto el mundo en sí encierra puede utilizarlo el Hombre por el trabajo. El derecho es universal, es de todos. Nadie puede, pues, apropiarse la más mínima parte de ese fondo común que nada cuesta ni nadie crea. ¿En virtud de qué derecho ni de qué ley obligaréis al hombre a hacer más? ¿Cómo forzarle a que su obra individual pase también a ser del fondo común? Dejadle en libertad. Es dueño de su trabajo, tiene la propiedad de su producto y solamente por su voluntad libre podrá donarlo o no donarlo a la sociedad. Si lo primero, será por una acto espontáneo y libérrimo de su ser. Si lo segundo, será en virtud de un derecho incuestionable y de su soberanía ilimitada. Traspasad estos límites y la libertad quedará destruida.
                Por esto es que nosotros afirmamos la comunidad de todos los medios de producción y afirmamos doblemente el derecho de propiedad, de posesión del producto individual y colectivo para el individuo y la colectividad, el derecho pleno, absoluto, al producto del trabajo.
Colocad a todos los hombres en igualdad de condiciones económicas, poniendo a su disposición todos los medios de producción, y tendréis el principio de la justicia. Dad a todos los hombres la libertad de que dispongan, como mejor les cuadre, de sus sentimientos, de sus pensamientos y de sus obras y tendréis la justicia en toda plenitud esplendorosa. Tal dice el colectivismo; tal dice la anarquía.
                No nos preguntéis cómo se va a determinar el producto del trabajo de cada uno ni quién, porque sería una pregunta necia. En un estado de libertad no caben fórmulas determinantes a priori. La diversidad de trabajos producirá diversidad de soluciones. La libertad, las garantizará. En tal obra lo determinará el individuo por sí mismo. En la otra, será el cambio y el contrato quien lo fije. En la de más allá, una asociación que libremente se rige y libremente lo acuerda.

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